Nos hemos acostumbrado a ello sin cuestionarnos el motivo. Almacenar vino en barricas no responde, únicamente, a la tradición de la elaboración del vino sino que, como todas las costumbres que perduran en el tiempo, cuenta con buenos motivos de peso para ello. Sin lugar a duda, las barricas de vino forman parte del paisaje propio de una bodega.
Un hábitat que parece ser guardián y cuna a la vez del envejecimiento del vino, creando una singular atmósfera sin la que no solo no puede concebirse una bodega sino tampoco el afinamiento de un determinado caldo.
Descubramos el motivo por el que almacenar el vino en barricas convierte un caldo sin más en una bebida excepcional empezando por conocer los orígenes de esta tradición vitivinícola.
FORMAS DE ALMACENAMIENTO DEL VINO
Almacenar vino en barricas comenzó como una auténtica casualidad de la Historia. O, más bien, una solución de logística que se remonta a siglos atrás, cuando en los largos desplazamientos (ya fuera a través del océano o, simplemente, de las tradicionales travesías a caballo) no se podía transportar el vino en ánforas o pellejos por no ser lo suficientemente resistentes a los más que posibles percances del camino.
Para evitar este problema, el transporte del vino en barricas de madera hizo que éstas se postularan como la mejor solución para que, más allá de los kilómetros o el recorrido, el vino llegara en perfecto estado a su destino. La sorpresa sería comprobar que, gracias a su estancia en las barricas, su sabor variaba para convertirse en una bebida mucho más compleja. Una realidad que dio paso a una época de experimentación con diferentes maderas (acacia, castaño o cerezo fueron algunas de las que se probaron como parte de este ensayo) hasta llegar a una conclusión: el roble era, sin duda, la madera que mejor respetaba los sabores del vino y que más capacidad de enriquecimiento (en cuanto a matices) presentaba.
El motivo por el que almacenar el vino en barricas de madera se convirtió, desde entonces hasta la actualidad, en parte de su envejecimiento responde a los procesos químicos que se dan lugar en su interior durante el tiempo de envejecimiento. Para empezar, al tratarse la madera de un elemento vivo permite la microoxigenación del vino. Una manera ideal de dotar al caldo de una entrada sumamente controlada de oxígeno (que penetra a través de los poros de la barrica) y que no solo estabiliza su color sino que, además, aligera la astringencia. Añadido, este intercambio de oxígeno con la madera como mediadora facilita que ésta aporte matices aromáticos, entre otros.
Además, otra de las ventajas de almacenar vino en barricas es la autoclarificación que vive de manera natural durante su estancia en ellas. Al permanecer quieto en el interior de la barrica durante el tiempo que determine el tipo de vino, todas las impurezas con que pudiera contar se van depositando en el fondo.
LA IMPORTANCIA DE LAS BARRICAS DE ROBLE
De entre todas la maderas, almacenar vino en barricas de roble se ha consolidado como una apuesta de calidad. Algo que no solo se conoce sino que, además, se mantiene en la tradición del vino y que, en el caso de bodegas como son las de estilo bordelesa, es una auténtica seña de identidad.
El vino que se envejece en una barrica de roble vive, como apuntábamos antes, constantes cambios químicos en su composición que, lejos de ser nocivos, consiguen mejorar el sabor inicial de un caldo. No solo porque su estructura se convierte en una más compleja a la par que sus taninos más duros se suavizan, sino añadido porque es gracias a la madera de roble cómo un vino va ganando sabores y aromas sutiles y propios de ella. Así, es gracias a almacenar vino en barricas de roble como podemos disfrutar de algunos matices tan significativos como la canela y otras especias, la vainilla o el caramelo. Aportes al sabor de un vino que ayudan a redondearlo y enriquecerlo.
Pero no solamente la madera influye en el sabor o perfume de un determinado caldo. Además, hay otros aspectos a tener en cuenta que inciden en el resultado final de un determinado vino: desde el tamaño de la barrica (siendo las de tamaño medio las ideales, ya que permiten un equilibrio perfecto en el intercambio de matices entre el vino y la madera) al tipo de madera de roble (no es lo mismo el roble americano que el francés o el español, como vimos en este otro post), pasando por su edad (cuanto más jóvenes sean las barricas, más componentes aromáticos aportarán al vino) o cómo se haya conservado con el paso del tiempo (siendo imprescindible que esté prácticamente durante toda su vida útil llena). Factores casi tan determinantes en el resultado final de un sabor y una personalidad como puede serlo el tiempo de envejecimiento en una barrica.
Una cuestión de química escondida en el interior de estos cofres de madera que, lejos de sólo custodiar, convierten un vino en un auténtico tesoro.