Carlos Serres

Pan y vino, ¿cuál es el origen de esta tradición?

Durante mucho tiempo, este singular gesto de mojar pan en vino pasó prácticamente al olvido. Sin embargo, nada como el Séptimo Arte para sacar del cajón de los recuerdos una de las tradiciones más singulares y más desconocidas. Una costumbre que ha vuelto a la vida fruto de una auténtica carambola del destino.

Tendría que llegar «El irlandés» de Martin Scorsese para maravillar a los espectadores no solo con su destreza cinematográfica sino, también, con una auténtica oda al vino. Y es que, sin duda, hablamos de una cinta que se suma a la lista de películas en las que el vino es protagonista. Pero volvamos al tema que nos ocupa: esos momentos en los que Al Pacino y Joe Pesci comparten pan mojado en vino. Unos que no dejan de ser el fiel reflejo de una tradición más que asentada en nuestro pasado más reciente.

Por extraño que nos parezca, mojar pan en vino no es tan raro. Más todavía si consideramos que, hasta hace no mucho tiempo, el vino se consideraba un alimento. Una fuente única de energía que hacía más fácil encarar la actividad del día a día, y que obligaba a contar con él como parte de nuestra despensa doméstica.

Pero comprendamos de dónde procede esta costumbre tan peculiar. Una que, todavía hoy, puede ser una buena oportunidad para disfrutar del vino de otra manera.

¿CUÁL ES EL ORIGEN DE MOJAR EL PAN EN VINO?

Comprender de dónde procede la tradición casi extinta de mojar pan en vino hay que remontarse a los albores del mundo vitivinícola. Y es que al igual que sucede con el origen, historia y evolución del cultivo de la vid, la historia nos lleva a un mismo lugar: la Antigua Grecia. Una época de la Humanidad en la que es probable que se asentaran los comienzos de esta tradición. Para los griegos, el pan mojado en vino era su desayuno oficial. Algo casi tan curioso como saber que este vino mañanero era el único que consumía esta civilización sin rebajar con agua.

Cuál es el origen de mojar el pan en vino

Como sucede con otros aspectos como el peso del vino en la mitología, el mundo griego dejó su propia impronta en civilizaciones posteriores en el tiempo. De ahí que no sea sorprendente pensar que mojar pan en vino era una costumbre más que generalizada en el pueblo judío de la Antigüedad. Era un símbolo de respeto hacia los huéspedes e invitados que visitaban una casa. Un gesto que, posteriormente, se adoptó como parte del credo cristiano con esos mismos valores y un pequeño matiz: el vino simbolizaba la sangre derramada en el sacrificio de Cristo.

Lejos de cualquier connotación religiosa, mojar pan en vino tiene una práctica mucho más reciente. Y es que poder ablandar el pan duro se convirtió en recurso habitual de los años de guerra y posguerra. Algo que, sobre todo en la Europa convulsa del siglo XIX, se convirtió en costumbre de muchos hogares del Viejo Continente.

TORRIJAS DE VINO, DE UN PLATO TRADICIONAL A UNA EXPRESIÓN POPULAR

Por descabellado que nos pueda parecer mojar el pan en vino, resulta que este mismo gesto forma parte de una de nuestras tradiciones gastronómicas más antiguas. Nos referimos a las torrijas: un plato que se degusta, fundamentalmente, en Semana Santa e, incluso y según las zonas de nuestro país, en Navidad.

Este dulce tan típico y anclado en nuestra costumbre nos acompaña, presuntamente, desde el siglo XV. Y, aunque en muchas ocasiones se elaboran con leche, no nos confundamos: originalmente, vino o agua eran los ingredientes fundamentales de estos dulces. Unos tan calóricos como deliciosos.

Torrijas: el mejor ejemplo de mojar pan en vino

Y no: la torrija no es un postre cualquiera, ni su vinculación con el vino una anécdota. Es tal el peso de estas rebanadas de pan deliciosas que, incluso, su nombre sirve como recurso para hablar de alguien que ha bebido más de la cuenta. Nos referimos al clásico «tiene una buena torrija» o «está torrija».

Dos frases perfectamente comprensibles que hacen honor, precisamente, a la esencia de la torrija: estar empapado en vino.