Puede sonar a auténtica ciencia ficción pero nada más lejos de la realidad. Cada vino cuenta con su propia huella dactilar. Una tan única, original e intransferible como lo es la de cualquier persona. Y, aunque se pueda creer a priori, no responde a ningún invento actual. Responde, más bien, a la aplicación de la tecnología más puntera al mundo del vino. Algo que, lejos de ser secundario, podría convertirse en un auténtico garante de la procedencia y calidad de un determinado caldo.
Pero vayamos más despacio. Porque, antes de entrar a juzgar su peso, es casi más importante comprender hasta qué punto esta huella dactilar podría ser crucial para el mundo del vino. Porque, más allá de poder catalogar la personalidad de cada vino, este desarrollo tecnológico podría tener aplicaciones con un impacto significativo en el sector. No solo se convertiría en un auténtico garante de las cualidades de cada Denominación de Origen. Además, abre una nueva perspectiva incluso a la hora de evaluar cómo puede influir el cambio climático sobre el vino.
Por su peso y repercusión, veamos qué es exactamente la huella dactilar del vino. O, mejor dicho, cómo puede conocerse y qué implica hacerlo.
¿QUÉ ES LA HUELLA DACTILAR DE LOS VINOS?
Comencemos comprendiendo algo importante: la huella dactilar, como tal, no tiene reflejo visible en ninguna parte. No podremos analizarla libremente, ni valiéndonos de los famosos polvos usados en toda serie de criminólogos que se precien. La huella dactilar del vino solo se puede conocer a través de una resonancia magnética nuclear. Una prueba súper específica que solo puede llevarse a cabo con una máquina diseñada exclusivamente para ello.
Esta tecnología permite identificar más de 50 compuestos de cada vino con una particularidad: que todos ellos poseen hidrógeno en su estructura. Un elemento químico presente en buena parte de los compuestos que forman parte de cada vino. Gracias a esta identificación de aspectos tan singulares de un vino como el alcohol, el etanol o el ácido málico es posible crear una auténtica radiografía. Una huella propia de la que solo dispone un vino determinado.
Poder realizar ese análisis que garantiza la procedencia de cada caldo no está al alcance de todos. Es más: en España, solo la Estación Enológica de Haro dispone de este equipo para diseccionar vinos. Algo que vuelve a hacer de nuestra tierra un referente a nivel nacional en la vanguardia del vino.
¿PARA QUÉ SIRVE LA HUELLA DACTILAR DEL VINO?
La principal ventaja que conlleva identificar la huella dactilar de cada vino es poder garantizar su procedencia. Gracias a este método científico, se puede demostrar sin lugar a dudas que un determinado caldo procede de una determinada zona vitivinícola. Es más: la huella dactilar permitiría determinar a qué bodega en particular corresponde un determinado vino. Lejos de ser algo menor, la identificación de la huella dactilar podría ser un sello para cada bodega. Una manera de ratificar su calidad.
Intimamente ligado con ello, un punto muy importante para los caldos de nuestra tierra: contar con un aval a la hora de exportar. La huella dactilar del vino permitiría asegurar la trazabilidad de cada caldo pero, también, su calidad. Dos aspectos sumamente importantes a la hora de abrirse paso en el mercado internacional con plenas garantías. No solo favorecen la tranquilidad del comprador. Además, contar con esta huella supondría un importante impulso para la comercialización de cada vino.
Pero más allá de cuestiones comerciales, la definición de la huella dactilar de un vino podría redundar en positivo en aspectos importantes de los caldos. Gracias a este método científico, es posible comprender de manera química qué diferencias hay entre vinos resultantes de distintas técnicas de cultivo o vinificación. ¿Con qué objetivo? Mejorar todavía más el proceso de producción del vino.
Tecnología aliada con el vino para demostrar, de forma empírica, algo que todo amante de los caldos sabe: que cada vino es único e inimitable.