Es, probablemente, uno de los momentos más delicados para cualquier amante de los caldos. Ese en el que nos enfrentamos a la selección de vinos de un restaurante sin tener muy claro cuál es la mejor opción. Si ya de por sí esa situación puede generarnos inseguridad, la cosa alcanza enteros cuando se nos encomienda elegirlos sin que esto sea por voluntad propia. Un compromiso que puede ponernos en un aprieto importante.
Está claro que puedes tener en cuenta algunos trucos para fingir que sabes de vino. Unos tips que, sin suplir el conocimiento que otorga catar y ahondar en el mundo del vino, pueden ayudarnos a salvar las naves. Pero no nos confundamos: estos pequeños consejos nos permitirán salir airosos en cenas, encuentros o, incluso, con gente que sabe de vinos más que nosotros. Pero, a pesar de su valor, no resultan tan útiles cuando se nos encomienda elegir el vino.
Llegados a este punto, veamos algunos de los errores más comunes que cometemos eligiendo vinos en un restaurante. Unos que, curiosamente, se repiten de una forma mucho más regular de lo que podría parecer. Pequeñas meteduras de pata que, curiosamente también, son la diferencia entre elegir correctamente un vino o no.
1. Elegir el vino que conocemos por ser «una apuesta segura»
Si identificamos en la carta la referencia de un vino que ya conocemos, seguramente nos parezca una ideal genial optar por él. Y, sin duda, sobre el papel lo sería. Pero tengamos algo en cuenta: quizás los platos que hayamos escogido no cumplan con los consejos para maridar con el vino que conocemos.
Así que, a menos que conozcamos al dedillo esas pautas de maridaje, es más que recomendable no jugársela.
2. Optar por el segundo vino más barato de la carta
¡Error! Muchos dicen que es una auténtica estrategia de marketing. Para otros es, más bien, una leyenda urbana. Realidad o invención, son muchas las voces que aseguran que el segundo vino más barato de una carta es el peor de toda ella. Una auténtica zancadilla para quienes no saben de vino, y pueden optar por elegirlo por varios motivos. Por un lado, por una cuestión de presupuesto de la comida o cena. Por otro, porque si nos equivocamos en nuestra elección el gasto sea lo menor posible.
Sea como sea, no nos guiemos por el precio. Si desconocemos los vinos que nos ofrece una carta, siempre podemos utilizar un comodín: pedir el de la casa.
3. Devolver un vino antes de tiempo
Si nos aventuramos a elegir a ciegas, podemos encontrarnos ante una copa de vino que no nos guste. Ojo con esto y que nuestros sentidos no nos confundan, porque el hecho de que no sea de nuestro agrado no significa que no esté bien. Y para evitar precipitarnos y poner boca arriba nuestras cartas, hemos de darnos algo de tiempo.
Antes de llamar al sumiller y pedir un cambio de botella, tendremos que despertar a marchas forzadas a nuestros sentidos. Más allá de darle su tiempo pertinente de oxigenación del vino, podemos buscar en sus aromas si algo no va bien. El gusto a corcho en el vino es uno de los indicadores de que un determinado caldo no está bien.
4. No probar antes de pedir
Cuando nos preguntan si deseamos probarlo, es más que habitual declinar la oferta. ¡Y no! Probarlo antes de pedirlo es fundamental para saber si realmente un vino puede encajar con nuestros gustos. Es más: probar es la única manera de poder descubrir aromas, perfumes y sabores. Así que ante la pregunta, no lo dudes: entona el «sí, quiero».
5. No aceptar las recomendaciones del sumiller
Algo que suele pasar, sobre todo, cuando nos encontramos ante la situación de tener que elegir vino y no tener ni idea de por cuál decantarnos.
Si ese es el caso, tiremos de frase hecha: hablando se entiende la gente. O, dicho de otro modo, nada como preguntarle al sumiller qué nos recomienda. Su instinto profesional sumado a lo que sea que hayamos pedido de comida serán un tándem de lujo para poder maridar correctamente y disfrutar plenamente de la experiencia.
Y, aunque no tengamos ni idea de vinos y por increíble que parezca, con estos cinco consejos elegir el ideal será infinitamente más fácil. Porque pocas cosas pueden llegar a empañar tanto una comida o una velada como equivocarse al pedir un vino.