Todo lo que merece la pena, exige su esfuerzo y esta regla también se le aplica a la elaboración de un buen vino, cuyo proceso de obtención debe cuidarse con esmero desde que se planta la vid y hasta que el vino llega a nuestra copa. Incluso, un almacenaje incorrecto puede echar por tierra todo el trabajo, haciendo que el vino se deteriore y pierda sus propiedades.
En la actualidad, los vinos envejecen en barricas de madera y se comercializan en botellas de vidrio, pero, ¿dónde se guardaba el vino antes? ¿Te apetece conocer un poco de historia? Quédate con este nombre: “ánfora de vino” y descubre la historia de este elemento clave en la elaboración de los vinos.
El vino, una bebida milenaria
El vino lleva miles de años produciéndose y consumiéndose y, desde el principio, ha sido una bebida muy valorada en la historia de la humanidad. Se emplea mucha dedicación en todo el proceso de elaboración de esta bebida, desde la selección de las uvas por parte de los viticultores hasta el seguimiento y control que realizan los enólogos hasta conformar el sabor y matices finales de los vinos. En este sentido, es importante mencionar que todos los vinos son diferentes ya que en función de la uva que se emplee en su elaboración, el proceso de crianza y otros aspectos podremos obtener distintos tipos de vinos, como los secos, semisecos, ácidos, dulces, espumosos, blancos, tintos o rosados.
En cuanto a las civilizaciones, los egipcios, romanos, griegos y fenicios se han dedicado a la producción y consumo de esta bebida. Pues, hay datos históricos que demuestran que el vino data de más de 8.000 años de historia. Asimismo, la forma de producirlo también ha cambiado, aunque no difiere mucho de la actual. Se sabe que los romanos obtenían el zumo pisando las uvas sobre lagares de piedra y dejaban que la fermentación se produjera de manera natural. Sin embargo, hay un elemento que juega un papel fundamental en el almacenaje y transporte, un aspecto que sí ha cambiado bastante. Se trata del ánfora de vino.
Qué es una ánfora de vino
Antiguamente, transportar mercancías no era una tarea fácil y menos aún cuando el producto era delicado y podía estropearse, como es el caso del vino. Antes de que se inventaran las barricas hechas de diferentes tipos de maderas y, por supuesto, a años luz de la invención de las botellas de vidrio, el medio que tenían nuestros antepasados para almacenar y transportar el vino eran las ánforas.
Las ánforas son recipientes de cerámica, aunque las hay de metal, bronce y otros materiales, incluso con adornos de figuras varias. Tenían grandes dimensiones y un cuello muy largo, además de dos enormes asas. Se utilizaban en la antigüedad para almacenar vino, pero también otros alimentos como aceite, uvas, cereales, pescado seco y aceitunas, entre otros. Es más, han servido para otros usos no alimentarios, como el almacenaje de perfumes.
Las primeras ánforas de las que se tiene constancia se encontraron en las costas del Líbano en el siglo V a.C. En el Mediterráneo sirvieron para dar respuesta a la necesidad de un buen soporte para el transporte de mercancías comestibles. Y es que, hasta entonces, los alimentos no podían ser consumidos más que en el lugar de origen, debido a que existía el riesgo de que se llegaran a estropear en el camino.
Hay que destacar que no todas las ánforas eran iguales, pues cada zona tenía la suya, con unas medidas y unas características propias. Por ejemplo, las romanas tenían una capacidad para unos 39 litros de vino, mientras que en Egipto eran de 27 litros y las babilónicas de 30 litros. El objetivo es que pudieran ser manipuladas por una o dos personas, además de que fueran aptas para el transporte por barco, el método más común para trasladar mercancías en la época.
¿Por qué interesan las ánforas para el transporte y almacenaje del vino?
Una ventaja del ánfora de vino, que hay que añadir a las características que ya hemos visto de estos recipientes, es que, sobre todo, las romanas tenían una base puntiaguda que ayudaba a anclarlas en la arena mientras se esperaba a subirla a los barcos. Conseguir un buen envase de almacenaje permitía transportar el vino a gran escala, porque hasta el momento hacerlo era una tarea prácticamente imposible.
Las ánforas podían taponarse, por ejemplo, con un tapón de corcho. Hasta entonces, los recipientes dejaban el vino a la intemperie, haciendo que estos perdieran su calidad y propiedades. De hecho, debían consumirse pronto, antes de que tuviera lugar el proceso de fermentación que pusiera en jaque la calidad de la bebida. Sin embargo, con un correcto taponamiento, se solucionaba el problema de la fermentación temprana de las levaduras sobre los azúcares, permitiendo que pudieran exportarse o importarse también los vinos viejos o madurados.
El cierre hermético que poseía el ánfora de vino, y más tarde las barricas y envases de vidrio, permitió que los vinos viejos resistieran más el paso del tiempo y pudieran, de este modo, exportarse a otros lugares. Y es que, hasta el momento, la entrada de aire provocaba que el etanol se produjera en un grado mayor al esperado, haciendo que los vinos adquirieran un sabor avinagrado que echaba por tierra su calidad rápidamente por su mal sabor.
Más tarde, fueron apareciendo los envases de vidrio, como soportes mejorados para la conservación de las bebidas, con un buen cierre hermético y mayores cualidades, no obstante, el ánfora de vino fue su precedente. Esta llevaba un sello que permitía identificar al propietario, así como otros datos de interés entre los cuales estaban el año de producción, su lugar de procedencia, el tipo de vino y el lugar de destino al que debía llegar la bebida.
Con el tiempo, aparecieron los barriles para almacenar el vino y, posteriormente, los envases de vidrio que permitieron mejorar las posibilidades de exportación a mayor escala. Hasta entonces, el ánfora de vino fue fundamental.