Si algo distingue a la producción de vino de nuestro país es que, a pesar de las exigencias del mercado exterior, no ha perdido ese carácter artesanal que ha marcado durante décadas de su historia su fama consolidada (dentro y fuera de nuestras fronteras). Un aspecto que se ha visto comprometido en algunos momentos, en los que el volumen de producción no ha satisfecho las exigencias de calidad que se esperaba.
Por este motivo, una buena parte de la producción de vino española ha cambiado esta tendencia reduciendo considerablemente el número de botellas de cada añada. Una manera de hacer de la calidad una auténtica bandera.
Pero ¿cómo incide la producción en la calidad del vino?
¿QUÉ DETERMINA LA CALIDAD?
La calidad del vino se ve influenciada por un buen número de factores, entre los que cabe distinguir los propios de la climatología y los generados por la mano del hombre.
El clima es, sin lugar a dudas, un factor decisivo en la calidad pero, también, en la personalidad de un vino. Es precisamente gracias a la climatología y sus circunstancias (la tierra o la incidencia de la lluvia) por lo que un caldo tiene unas determinadas características; pero, también, por lo que un vino puede perder su calidad. Un exceso de agua de lluvia en los días previos a la vendimia, demasiado sol o un aumento de las temperaturas provocan un deterioro de la calidad de la uva que se traduce de manera irremediable en los matices de un vino.
Pero si el clima marca la calidad, no lo hace menos la incidencia del hombre. En muchas ocasiones, la sobre explotación de una determinada zona de viñedo provoca una pérdida en las cualidades de las uvas. Algo que se traduce, fundamentalmente, en un perjuicio en las características del fruto que repercutirá de manera directa en la calidad final del vino.
Por este motivo y desde hace algunos años, son muchas las bodegas que han puesto un singular cuidado en alternar sus cultivos para evitar un agotamiento en la producción de sus vides. Una manera respetuosa de no forzar un exceso de producción y lograr, así, mantener intacto el espíritu de un sabor.
MENOR PRODUCCIÓN, MÁS CALIDAD
Con vistas a mantener la personalidad propia de cada vino, diferentes bodegas han optado por reducir su producción. Una manera sencilla y práctica de condensar el sabor de sus vides, disminuyendo así el número de botellas anuales.
Algo que lleva radicalmente la contraria tanto a la demanda del mercado europeo (que pide, de manera encubierta, que la producción española aumente) como a algunas de las últimas prácticas de moda de los últimos años para aumentar la producción: tratamientos y aportes de nutrientes para mejorar el rendimiento, una vendimia selectiva, la tecnología aplicada a la evolución del viñedo y una diferenciación en las uvas (para reservar las de mejor producción para los vinos de largo añejamiento).
Sin embargo y a pesar de que todas estas prácticas han podido gozar de cierto éxito en algunos viñedos, lo cierto es que la tendencia general de las bodegas españolas entona la máxima del «menos es más».
CARLOS SERRES SE ESMERA EN PRODUCIR VINO DE CALIDAD
En esa misma línea, Carlos Serres apuesta por producir vino a la altura de las exigencias de un mercado que prefiere la calidad antes que la cantidad. Una manera única de mantener el espíritu de nuestros caldos, sin alterar ni su personalidad ni lo que les hace tener un carácter particular.
Algo que se consigue permitiendo a las vides que forman parte de nuestros viñedos crecer a su ritmo, sin más condicionantes que las propias de la climatología.